Mientras media humanidad se
apasiona con los partidos del Mundial de Fútbol, crecen las denuncias sobre la
corrupción que reina en la cúpula que maneja ese deporte: la Federación
Internacional de Fútbol Asociación (FIFA). La revista londinense The Economist
dedica a esta mafia varias páginas y este titular de portada: Beautiful game,
Ugly business (juego hermoso, feo negocio).
Aparte de acoger la
revelación del semanario Sunday Times que obtuvo y publicó documentos sobre el
soborno pagado por Qatar para obtener la sede del Mundial 2022, informa también
que en el Mundial 2010 muchos partidos fueron ganados, no en la cancha, sino
con billetes bajo la mesa.
Lo más notable es, precisa
The Economist, la monumental estafa que la FIFA comete con ayuda de sus
cómplices -pagados- de las federaciones locales. Entre otras cosas precisa que
la FIFA recauda en el Mundial mil millones de dólares por cada partido, y no rinde
cuentas ante nadie.
Legalmente registrada en
Suiza como organización sin fines de lucro, la FIFA no tiene dueño. Quienes
podrían fiscalizar sus cuentas, como los organismos futbolísticos regionales o
locales, dependen de su dinero.
Esa dependencia responde a
la pregunta que la revista formula: “¿Por qué el mayor juego del mundo es
dirigido por un grupo de mediocridades como Sepp Blatter, presidente de la FIFA
desde 1998?”.
Señala la publicación
escándalos de Blatter como sus comentarios machistas contra la mujer y la
interrupción de un minuto de silencio en homenaje a Nelson Mandela que redujo a
11 segundos.
La entidad en que Blatter
señorea es un gigante. Reúne a 209 asociaciones o federaciones de fútbol,
contando con 17 países afiliados más que la ONU.
The Economist propone en su
página editorial algunas reformas. Por ejemplo, que Suiza obligue a la FIFA a
rendir cuentas, bajo amenaza de privarla de las condiciones tributarias
privilegiadas de que goza.
Advierte, sin embargo, que
muy pocas de las propuestas de cambio serán posibles sin un reajuste en la
cúpula de la FIFA en Zurich.
En el Perú, donde solo somos
espectadores del Mundial, poco podemos esperar mientras mister Blatter siga
siendo el sumo pontífice y el mafioso mayor del hermoso juego que cuatro mil
millones de seres humanos disfrutan por la televisión.
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