Estos días pensaba en las
curiosas reacciones del público ante mis escritos.
Es que en tiempos en que lo bueno depende del número de likes, mis
mejores notas no han sido las que yo quisiera que lo fuesen sino aquellas que
encajan con lo que Mario Vargas Llosa ha llamado, excépticamente, “civilización
del espectáculo”1.
Fue así que hace un par de
años me indigné tanto por el asesinato de una jovencita que participó en la
versión peruana de una franquicia internacional, “El valor de la verdad”, que
escribí una columna con hígado, lisuras, injurias y demás. El resultado fueron
miles de likes y toparme, de pura casualidad, con que mi catarsis se convirtió
en el examen final de los alumnos de un curso de comunicación en una
universidad privada.
Mi otro éxito es más
reciente, es un artículo acerca del altercado entre una joven estudiante de una
universidad nacional y los alumnos de una particular, en la puerta de esta
última, acontecimiento con elementos racistas que contó con una amplia
cobertura mediática. Nada de esto es casualidad, tampoco lo es que Alan García,
el mejor orador peruano de las últimas décadas, hoy prefiera twitter para
exponer sus ideas. Si le preguntásemos por qué, seguro nos diría que en nuestra
sociedad contemporánea twitter es más eficaz y comunica mejor que los discursos
de antaño, aunque estos pudiesen constituir verdaderas piezas oratorias.
La pregunta que me asalta es
si detrás de la cultura de masas o de la “democratización de la cultura” queda
algo más. En una columna pasada, titulada
“Una República sin Políticos”, propuse la educación -entendida como
formación de calidad- como el único medio para colocar al país en la
expectativa de dar un nuevo salto cualitativo y cuantitativo, que nos coloque
más allá de la economía del “piloto
automático” y sus innegables logros.
Pero ¿cómo encontraremos el
inicio de ese gran proyecto educativo cuando nuestra informalidad y nuestra antipolítica
son básicamente complementarias a la cultura de lo inmediato, lo efímero y lo
morboso? Para iniciar un cambio, reforma
o revolución se requiere conciencia de su urgencia. Si no existe tan
conciencia, entonces no nos queda nada más allá de “Combate”2.
1.- Véase Vargas Llosa,
Mario. La civilización del espectáculo. Lima, Santillana, 2013.
2.-Me refiero al programa de
entretenimiento que lleva ese nombre.
Fuente:(Daniel
Padori-Diario16)
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