domingo, 15 de junio de 2014

PADRES PERDIDOS

De todos los padres celebrados o convocados en el Día del Padre ningunos tan dramático como los que ya no están. Desde las famosas coplas de Jorge Manrique la evocación del padre es un tópico de la transitoriedad de la vida. Más allá de las necesidades comerciales, el padre muerto produce sentimientos mucho más profundos que el padre vivo.

La poesía es vehículo frecuente de esta forma del dolor. César Vallejo da cuenta de su padre lejano y dormido, a quien ya no verá, una figuración de su muerte. Pablo Guevara evoca la vida de su padre fallecido, con una celebración de su oficio de zapatero. Rodolfo Hinostroza intenta reconstruir el espacio familiar de su padre, poeta como él mismo.

El discurso moderno habla de un padre vivo, activo en la familia y disponible para recibir regalos útiles. El padre muerto, en cambio, como tema es un encuentro del hijo con su propia muerte. Un sentimiento en el cual no participa realmente la familia como conjunto, que es exclusivo de aquellos hijos nostálgicos de la paternidad.

Raúl Mendoza Cánepa ha publicado un poemario que entra de lleno en estos temas. Su Retratos de mi padre (Calambur Ediciones, Lima 2014) es una despedida de su padre fallecido, a través del comentario a las imágenes que dejó aquella vida: fotos, cuadros, rincones de la casa familiar. El resultado es conmovedor, y además excelente poesía.

En este tipo de libro solemos quedarnos con la tristeza del autor, pero en este caso lo que obtenemos de la lectura es una imagen del padre mismo. Mendoza lo retrata, como ofrece en el título, como un personaje apacible dedicado sobre todo a crear un mundo imaginario para su hijo, de una dedicación afectuosa que es el núcleo de un recuerdo poético.

Pero la evocación va más allá. El hijo ha captado momentos de la vida del padre que son intensa poesía de la vida diaria. “Me bullía la sangre / y él siempre al pie para curarme / ... Aguardaba al pie de mi puerta / mi pronta restauración. / Celestone para el asma, / medianoche entre lluvias / en una Monark oxidada”.

El poemario está escrito en un estilo llano, pero su estilo, en el fondo una narrativa, le da una dinámica que llama a la lectura. Mendoza no dramatiza, sino poetiza, con versos descriptivos de su experiencia, en lo que llama “el aire espeso” de su duelo. Es un poemario sobrepuesto al dolor, ubicado en la contemplación de lo inevitable.

Tiene, pues, también la serenidad de un obituario: “Que el Dios de todas las tormentas perdone sus faltas / y en papel jazmín firme su redención. / Que lo anuncien las flores de Ab Salah, / Que su ceguera sutil no perciba / el vaho en el espejo /ni la concatenación bestial / de todas las fibras / que hoy se le desgarran del cuerpo”. (Mirko Lauer- Diario La República)

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