sábado, 18 de octubre de 2014

VANIDAD PERUANA

Escribe: César Hildebrandt

"Hoy el Perú parece, desde el punto de vista intelectual, un páramo. La derecha ha ganado la batalla y ha logrado la lobotomización multitudinaria de la juventud.

¿Con qué sueñan los jóvenes peruanos de la actualidad? Por lo general, con tener éxito, con ser emprendedores, con cambiar de iPhone cada seis meses. Y pasarla bien".

Un juez absuelve, limpia, exonera, desinfecta al rector de la Garcílaso. El archipodrido poder judicial se yergue otra vez como el Primer Poder del estado. Del estado cuartomundista que tenemos. ¿Y nos burlamos de África? Hemos tolerado que la mafia de la judicatura nos gobierne de facto.

Muchos empresarios ignorantes y cuatreros que padecemos dicen que estamos en pleno siglo XXI y que ellos son la vanguardia de la modernidad. Pobre García Miró: no sabe lo que dice.

Lo cierto es que, si resucitara, González Prada diría lo mismo que dijo (o mandó decir dado que allí leyeron un discurso suyo) en el teatro Politeama. Y Basadre, si lo mismo, volvería a hablar de aquel Perú como problema, promesa y posibilidad.

El que no sabría qué hacer si renaciera sería José Carlos Mariátegui. Porque el que organizó la ira santa de los excluidos ahora se encontraría con que no hay ira sino resignación y acomodo.

Pertenezco a una generación hoy arqueológica que tuvo ideales, que se equivocó, que peleó, que no renunció a la fe en un mundo mejor.

Muchos de nosotros se entregaron al programa de los totalitarismos filantrópicos. Metieron la pata, pero la mayor parte de ellos lo hizo de buena fe. Hasta que el muro de Berlín se les vino encima. No comprendieron que el socialismo entendido por Stalin -y que fue el que se impuso en Cuba no era socialismo sino caricatura criminal.

Otros fueron verdes, apristas cuando el Apra proponía ideas y no indultos a narcos, pepecistas cuando el PPC era el socialcristianismo de derechas y no la nada voceada por perencejos-, trotskistas, chinos apocalípticos, escépticos, cristianos de cruzada, liberales de Hayek, paganos salidos de Woodstock (que eran la respuesta aturdida y estupefaciente a la razón).

Vivíamos cruzando sables. Pero vivíamos ejercitándonos en la comprensión de las cosas y tratando de fomentar el debate o la lucha contra el flagelo de la corrupción. Si algo nos unía era exigir la caída mundial de las máscaras.

Hoy el Perú parece, desde el punto de vista intelectual, un páramo. La derecha ha ganado la batalla y ha logrado la lobotomización multitudinaria de la juventud.

¿Con qué sueñan los jóvenes peruanos de la actualidad? Por lo general, con tener éxito, con ser emprendedores, con cambiar de iPhone cada seis meses. Y pasarla bien. El "nosotros" es una mala palabra. El "sálvese quien pueda" es una inspiración. Pero lo peor del Perú actual es su tragicómica petulancia. A nivel institucional somos un paisete, pero nuestra visión de nosotros mismos empieza a ser casi argentina.

Hace poco estuve en Canta y tuve que cruzar una carretera destrozada y hospedarme en un hotel pulguiento y tomar caldo de un ave innominada. La semana pasada estuve en Lunahuaná y debí otra vez atravesar un camino lleno de huecos y peligros. Allí, el mejor hotel del pueblo casi me mata dándome una salsa de camarones a pesar de la advertencia que habíamos hecho respecto de mi alergia.

Y luego decimos que los turistas nos adoran, que somos poco menos que Europa, que hemos puesto en valor la marca Perú. Y vaya que la cobramos: nuestros precios están por encima que los de cualquier ciudad mediana de la Unión Europea. Cuando esa burbuja de codicia reviente, no nos quejemos por las consecuencias.

Lo cierto es que nos falta algo esencial: ciudadanía. La plaga de la ignorancia nos lastra. El nivel de nuestra educación nos hace odiosos. La ratera informalidad del 50% de nuestra economía hace imposible crear un Estado en serio. El destierro de toda planificación urbana nos da esa imagen de campamento (miren Cañete, Lurín, San Juan de Lurigancho por citar sólo tres ejemplos).

Y nuestra vanidad, alentada por un Caco mientras gobernaba, debe producir carcajadas internas en los extranjeros que tienen que escucharnos.

La civilización consiste en pensar. No serán los celulares los que nos hagan avanzar. Serán, más bien, otra vez, los líderes. Hoy carecemos de ellos. Y esa carencia es mundial. Miles de millones de hombres- ratones pueblan un mundo-laboratorio donde los científicos sociales de las corporaciones deciden cuáles deben ser los apetitos y qué es lo que esos animalitos en mancha deben repudiar. El sueño de esos mandamases se está cumpliendo: para los hombres-ratones la libertad empieza a ser una herejía.(Semanario: Hidebrandt en sus trece)

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